Las hojas que tiñen
las tupidas ramas,
del bosque perennifolio
disfrazan un pasado térreo.
Terreo de temor
a ver un poco más allá,
de dar un paso
y conocer algo nuevo.
Arraigados y atados
a los confines del fuego,
sintiéndose superados
creyendo dominar el juego.
Caen
no porque el viento los voltee,
sino que el viento
los hace ver más allá.
Creciendo lento
para dar tiempo,
a las ramas a tapar
cada escondrijo nuevo.
A la hora de perecer
mueren desde el centro,
para que ni los rayos del sol
invadan su oscura soledad.
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